De las Obras completas, que no selectas, de Borges. Una oferta de lanzamiento. Quiera Dios que no me esté buscando la ruina con esta foto... |
Aquello de los ríos de tinta es una metáfora mala si hablamos de hablar de Borges. Cada nueva reflexión escrita sobre "El sur" no puede ser más que una adición homeopática al estuario de tintas que se viene conformando, ya, en torno a este cuento.
Yo, desde que me lo explicaron allá lejos y hace tiempo, creo discípulamente que un cuento siempre cuenta dos historias —Piglia— como en Dios mismo. Pero "El sur" tiene acaso su aleph de lecturas diferentes, muchas de ellas memorables, qué duda cabe, pero en todo caso tantas que sólo un Ireneo Funes podría tenerlas presentes a todas. En el remoto caso de que hubiera un hombre cuyo tiempo en la tierra permitiera acometer tanta lectura, tanta y tan borgeana biblioteca babeliana...
Ur, Dió...
¿Cómo entran sólo dos historias dentro de incontables lecturas? Me gusta que Piglia le de el mango de la sartén al autor, pero no parece prudente contabilizar dos historias frente a la enésima lectura.
Cuando leo que Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura, ¿qué historia me están contando? ¿Cómo se construyó ese cuento, a partir de esa solitaria y maravillosa frase final, ya formada, o a partir de otra cosa, quizás la intuición o convicción de ese final pero todavía en la nebulosa? ¿Por qué Borges me tiene que explicar nada sobre el cambio de tiempo verbal de la última oración y párrafo, tan brutal la primera vez que se lo lee como en todas las siguientes? ¿Cómo me pueden convencer de que todo lo anterior que me ha contado Borges no es sino un añadido a esa frase final, que todo está unido por la más invisible y chirriante de las bisagras?
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