sábado, 20 de enero de 2018

Ariel Dorfman y Armand Mattelart: PARA LEER AL PATO DONALD. COMUNICACIÓN DE MASA Y COLONIALISMO

Me lo trajo un tío una vez que vino de visita.
En Argentina teníamos la vieja
edición de tapas blancas,
que no sobrevivió a la mudanza internacional.
La encuadernación, espantosa:
ya se resecó el pegamento y se está
partiendo y las hojas despegando
(menos mal que me gusta horrores coser
las páginas de mis libros favoritos
cuando se deterioran).
Espantosa es, además,
la copia de alguna edición anterior
que hicieron para sacar adelante la que conservo:
las imágenes tienen una calidad patética,
y las letras parecen comidas por ratoncitos...












Cuando se estrenó El rey león, en 1994, yo contaba con 20 añitos y con algunas lecturas sencillas, como el Manifiesto comunista, el Diario del Che en Bolivia o Para leer al pato Donald, entre pecho y espalda. Lo que vi en El rey león fue que los poderosos estaban como predestinados tales (gracias, Góngora), que quienes disputar su poder osaban inevitablemente feos, sucios y malos eran (gracias, Yoda), y que cuando los poderosos conservaban o recuperaban su poder todo volvía, milagrosa pero naturalmente, muuuuuuuy naturalmente, a la abundosa normalidad.

El otro día volví a ver El rey león, y lo que vi fue, de lo mismo, un 75%.


El "manual de descolonización" intitulado Para leer al pato Donald es un recontraclásico entre las lecturas que una persona más o menos de izquierda tiene que leer si es latinoamericana. Habla más o menos de las mismas cosas que El currículum oculto, esto es, de cómo la ideología dominante casi no necesita ser explicitada para ensuciar todo lo que toca.
















Dorfman y Mattelart analizan viñetas como éstas:

Aquí, mostrando cómo el reino de la fantasía
no teme chapotear en el barro de la realidad
(para mayor gloria del Tío Sam, por supuesto).

Poco hay que añadir al respecto, pero los autores lo hacen, y con altura.
También analizan la forma en que los nativos (poco importa si son de Papúa, aztecas o árabes de algún desierto indeterminado) se relacionan con los occidentales. Los nativos siempre son buenos en el fondo, les sobran sus recursos naturales y dependientes de que los occidentales los salven a cambio de esos recursos naturales que, en el fondo, no les sirven para nada porque son puros y no dependen del vil metal. Son felices así, respirando.

Las ediciones o reimpresiones argentinas (la mía es de 2005, y las hay al menos hasta 2012, que es la que venden Casa del Libro o la fnac; aunque ediciones anteriores se encuentran más baratas si se busca por ahí) cuentan con un prólogo de Héctor Schmucler que da buena cuenta del escándalo que las fuerzas vivas de distintos países impulsaron contra este libro.

Hay una entrevista en la que Dorfman manifiesta que Para leer al pato Donald "fue escrito en un momento de lucha social en Chile y dentro de una revolución que intentó cambiar todo. Se escribió en diez días, en el calor de la lucha por la supervivencia". Y sí, era el gobierno de Allende, cuando parecía que todo podía cambiar y después llegó Pinochet de la mano de sus aliados yanquis. Así funciona.

Para leer al pato Donald no es, pues, un libro perfecto, ni muchísimo menos. Pero aporta una mirada imprescindible. Con mucho menos talento y seriedad que Dorfman y Mattelart, cualquier hijo de puta neoliberal se transforma en un gurú amado por los medios, así que no jodamos.

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