domingo, 28 de agosto de 2016

Jorge Luis Borges (y Margarita Guerrero): EL "MARTÍN FIERRO"

Comprado a un vendedor ambulante de libros en Lima
Como seguramente no se le ocurrió a nadie antes, voy a alephizar a Borges y voy a asegurar que, en Borges, siempre hay, hubo y habrá Borges. 

Sí, boutade y perogrullada, pero hay que tomarla en cuenta. 

Quiero decir. Incluso si nos remitimos a autores tan impresionantes como Borges, por ejemplo Vargas Llosa, encontramos que hasta en Vargas Llosa no siempre hay Vargas Llosa. Si uno lee sus columnas de El País uno no encuentra a Vargas Llosa por ningún lado. Si escribe sobre el toreo, por ejemplo, todo es el toro no sufre, todo es se extinguirían, todo es cultura, libertad, no nos comprenden, no nos respetan, ellossonlosintolerantesnonosotros. Si escribe sobre Podemos, todo es ¡que vienen los podemitas!, todo es Venezuela, Venezuela, Venezuela, Venezuela, Venezuela. Y un poquito de ETA, seguramente. ¿Hay Vargas Llosa enmarañado ahí con el eslogan, el argumentario, la desfachatez intelectual? Jamás lo he descubierto. Pero con Borges pasa algo distinto. Borges siempre está en Borges, incluso cuando no escribe cuentos, si es que queremos ponernos explícitos.

Entonces, lo primero que hay que tomar en cuenta a la hora de leer El "Martín Fierro", es que ahí uno se va a encontrar con la fina sabiduría de Borges, y además todo muy bien escrito, como él sabía hacerlo.

El libro es cortito, 64 páginas en la edición de la desaparecida editorial Columba, la misma que publicaba historietas populares y que dominó el mercado durante décadas. Si es verdad lo que una vez me contó un guionista que era amigo de mi padre, el fundador de la editorial, Ramón Columba, era un pirata que, si veía cómo, conseguía no pagarle por su trabajo incluso a sus más renombradas firmas. Pero también se le dio, en una época, por publicar algo más que historieta de aventuras, y ahí están, en las liberías de viejo, sus ¿Qué es el cuento?, sus El "Martín Fierro" y demás.

Borges no se entretiene, su ensayo es sintético, "elemental", según sus palabras. En las primeras páginas se ocupa de los antecedentes; después analiza los dos poemas de Hernández (a los que niega la condición de épicos pero sí la de novelas, haciéndolas con ello partícipes del gran río novelístico del siglo XIX); un poco después de la recepción crítica ("indispensables" dirá que son los estudios El Payador de Lugones y Muerte y transfiguración de Martín Fierro, de Martínez Estrada) y de público y, para acabar, un pequeño "juicio general". Tanto para condescender como para defenestrar obras o lecturas críticas que juzga negativamente apela Borges a la ironía. Amable, para dejarlas pasar a un precursor, Bartolomé Hidalgo ("inevitablemente cometeríamos el anacronismo de condenarlas" [a sus poesías]), lapidaria, si se trata de Unamuno: "Acaso no es inútil advertir que las 'monótonas décimas' que Unamuno hospitalariamente anexa a literatura española son realmente sextinas" (el escritor vasco había afirmado que el Martín Fierro era poesía española y sanseacabó, básicamente). Interesante también es cuando señala los paralelismos (intertextualidades diría alguien, plagio diría otro) que hay entre el Martín Fierro y un poema anterior, Los tres gauchos orientales, obra del escritor uruguayo Antonio Lussich.

¿Significa algo más que en Borges siempre hay Borges? Sí, lo que significa también es que sirve como prueba de que no puede ser ociosa esa coincidencia extraña y maravillosa de que sólo en la escritura el arte y la crítica usan exacta y precisamente las mismas herramientas. No pasa en ningún otro lado. Los críticos de música, a la hora de ponerse el overol, no tocan instrumentos. Los de teatro no actúan. Los de restaurantes no cocinan. Pero Borges escribe crítica y nada cambia, ahí están la pluma y el tintero, los mismos que usó para escribir su último cuento o poema, y el papel en el que está escribiendo aún conserva las marcas de la escritura anterior.

Y si no me creen, pregúntenle a Karl Lachmann, que no fue el autor del Quijote pero que lo podría haber sido...

Entonces, para leer El "Martín Fierro", el más importante motivo que hay es que ahí está Borges, pero no como falacia de autoridad, sino como placer en la lectura. A mí, por ejemplo, me gustó más leer este ensayo que sus reseñas apócrifas, las que escribió a libros que no existen. En una o dos horas, lo que se dice una sentada, se acaba con sus páginas. Y hay cosas como éstas:


En mi corta experiencia de narrador he comprobado que saber cómo habla un personaje es saber quién es, que descubrir una entonación, una voz, una sintaxis particular, es haber descubierto un destino (Ortega, más prosaico y aburrido, creía encontrar a la persona averiguando sus "ideas").

[...] todas las obras destinadas a la inmortalidad, tienen raíces hondas e inaccesibles a las intenciones conscientes del hacedor.

[...] a medida que Hernández fue imaginándolo con más precisión, éste llegó a ser Martín Fierro, el individuo Martín Fierro, que conocemos íntimamente como acaso no nos conocemos a nosotros mismos.

[...] la vida no es un texto sino un misterioso proceso [...].

Lo que no hay en el ensayo de Borges es una condena del personaje. No hay concesiones, pero nada más. La contemporización de Borges a la hora de pensar a Martín Fierro no se parece en nada a la caricatura que de él hacen cada vez que pueden quienes lo presentan como un simple gorila que, cuando pudo, lo mató al bueno de Fierro.  

De hecho, considera Borges que la incertidumbre acerca de la valoración moral de Martín Fierro es "uno de los rasgos de las criaturas más perfectas del arte". Y se niega a condenarlo, pues, porque (negritas mías) "el pobre Martín Fierro [antes había repudiado a aquellos argentinos que leían "con indulgencia o con admiración, y no con horror" (el episodio del asesinato del negro, que cuando lo leí por primera vez, teniendo más de diez y menos de veinte, fue un momentó "¿¿cómo??" de los más fuertes que he tenido con un libro en la mano)] no está en las confusas muertes que obró ni en los excesos de protesta y bravata ["Fierro, que ignoró la piedad (discrepo: ¿por qué salva a la mujer sino es por piedad en el episodio de la pelea con el indio?), quería que los otros fueran rectos y piadosos con él"] que entorpecen la crónica de sus desdichas. Está en la entonación y en la respiración de los versos; en la inocencia que rememora modestas y perdidas felicidades y en el coraje que no ignora que el hombre ha nacido para sufrir. Así, me parece, lo sentimos instintivamente los argentinos. Las vicisitudes de Fierro nos importan menos que la persona que las vivió". ¿Cómo va a condenar Borges a la incertidumbre? Martín Fierro le da a Borges todo lo que Borges quiere, y Borges no tenía fama de desagradecido.

El libro, seguramente, se puede descargar por ahí, en Internet. Pero también se puede comprar por un precio ridículo (a mí me costó 3 soles, menos de un euro), también por ahí, en el mundo real.

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