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Alguna vez los tuve. |
Hay
quien dice
que se murió el autor y, con esa premisa en mente, es
decir, sin tener casi ni repajolera idea de quiénes serán
Xavier Pericay y Ferran Toutain —¡y que no se me importara
un pito!— me puse a leer
Verinosa llengua,
un ensayo sobre el proceso de normalización lingüística del
catalán que tiene en Pompeu Fabra su figura señera.
Yo, en el fondo, aparte de que nunca me quedó claro qué podía ser eso, eso de que se murió el autor no me lo creo
demasiado. Además, ya tenía alguna información sobre el tipo de
críticas se le había hecho a este libro, por lo que me interesé un
poco más por sus autores y descubrí en internet que ambos militan
actualmente en Ciudadanos. Y entonces mucho de lo que, a priori, me
estaba sonando bien, me generó una desconfianza de esas que te
harían preguntarte de qué forma te la están metiendo doblada si no
supieras que la misma pregunta lo responde: ¿de qué forma?:
doblada, hombre, que te lo están diciendo. Como el caballo blanco de
Santiago.
Las premisas lingüísticas de las que parten los autores me suenan
muy bien si las pienso en relación al castellano. Quiero decir,
mucho de lo que hoy se nos tira por la cabeza, desde la RAE, como
simple normativa hipermegalógica y por nuestro bien, en realidad es
ideología. Y es por eso que a la RAE se entra igual que a un club de
caballeros. De bolitas blancas y negras va la cosa. Porque lo que
verdaderamente importa en esa organización política que no
lingüística es el poder fáctico de la lengua, su rol como sostén
hegemónico. Y, además del lógico odio que tienen esos prohombres de la tolerancia contra cualquiera que les sople en la oreja, algún etcétera más que se me olvide por ahí.
En fin. A lo que íbamos: Pericay
y Toutain afirman,
a grandes trazos, que lo ideológico es lo único que importará
a quienes, por esa época, estaban construyendo la norma del catalán.
Lo ideológico al servicio del nacionalismo, quiero decir. Del
nacionalismo que sí se puede señalar en España como nacionalismo, quiero
decir. Y que era por eso que prohibían
palabras y construcciones, sobre
todo si eran o parecían
demasiado castellanas. Y que si había que desautorizar a Fabra se lo
desautorizaba. Tergiversándolo o no, eso no importaba: la
clave será
que nadie debía
darse cuenta.
Hasta
aquí todo más o menos creíble, al
menos explicado en forma clarita.
Yo qué se, no soy lingüista
ni nada que se le parezca.
Pero el autor no se murió y estos tipos son altos cargos de
Ciudadanos, uno en Cataluña y otro en Baleares. Y
si es cierto que el ad
hominem como argumento
es una falacia, no lo será
tanto cuando
de lo que se trataba
era
de defenderse. Quiero decir, si alguien
se sube a un ring con Mike Tyson lo mejor es que no se le
olvide de que se está
subiendo a un ring con Mike
Tyson.
Y
cuando se
leen
libros, tres cuartos de lo mismo.
El
autor no se murió nada.
Y
entonces la pregunta era pertinente: ¿de
qué forma me la estaban metiendo doblada? Y
me di cuenta de que las sensaciones leyendo
Verinosa llengua
eran muy parecidas a las que había sentido, varios años antes, al
leer El lexic valencià
proscrit a través dels classics,
un libelo editado
por una organización
militante blavera.
Son
las mismas por dos motivos: una, porque en los
dos textos se señalan
como proscritas
o censuradas
una serie de palabras que, al momento de leer ambas obras, las
podía ir descubriendo recogidas ya
con absoluta normalidad en
los diccionarios académicos del catalán (el DIEC y el DNV); otra,
que siempre, siempre y más
siempre estas palabras no recogidas o
expresamente desautorizadas
lo estaban porque había un contubernio judeomasónicocomunistapancatalanistaperrofláuticopodemitaETAchavista que así lo
había decidido después de la risotada y el frote de palmas. Pero
también hay una
diferencia fundamental, aunque no sorprendente: mientras que para
Pericay y Toutain son los pancatalanistas quienes se sirven del
catalán medieval para catalanizar, el autor del libelo blavero
subvencionado por la Generalitat Valenciana se
sirve a su vez del catalán medieval (“el
léxico genuinamente valenciano” de los Ausiàs March, Jordi de
Sant Jordi, Vicent Ferrer y compañía)
para remarcar eso
“genuinamente valenciano” en contraposición, por supuesto, del
catalán.
Y
después me cayó la ficha de que Pericay y Toutain defienden la
tesis de que todo, absolutamente todo el catalán es válido y merece
formar parte de la norma. Para
entendernos, que la normalización del catalán sólo va
a poder producirse
“a través del uso sin
restricciones de la lengua”.
Que todo vale.
Y
ahí está el quid de la cuestión, porque si hay, y desde luego ya
había en 1987, poderosos movimientos para destruir el catalán desde
adentro, serán
precisamente los distintos todo vale de los separatismos lingüísticos
impulsados fundamentalmente por
la ultraderecha valenciana
pero también desde Baleares.
Es
cierto que aquí y allá los autores recuerdan que existen allá y
acullá “malentendidos
peligrosos” e “intereses
políticos contrarios a la unidad de la lengua”.
Pero la única preocupación
de los autores sobre este tema se refieren en tanto se mezclan con
temas nacionales. Y su juicio es claro: los culpables de los
separatismos lingüísticos son los pancatalanistas. Y a otra cosa, papallona.
Es
cierto también que uno podría intuir e incluso perdonar esta falta
de perspectiva o de atención al conjunto del
mapa de la lengua porque ya
sabemos que para los catalanes todo lo que pase fuera del Principado,
a pesar de que suceda en el resto de los Países Catalanes, poca atención
les merece.
Pero la bula del desinterés no cuela, los autores se las saben todas
y
tanto como el que más, son
lingüistas reputados y, por
si fuera poco, ellos sí se permiten señalar con el dedo la
“autocontemplación”, el
“tener un único referente, la propia colectividad” —el
“mirarse el ombligo” que añade a lápiz con
letra menuda y redonda una
anterior propietaria del ejemplar que tenía en casa—
de quienes son objetivo
de su crítica.
No
se puede afirmar que el todo
vale lleve irremediablemente
a la ruptura de la unidad de la lengua, pero
desde luego sí que va directamente y quizás sin escalas en esa dirección.
Y los autores lo saben.
Tienen que saberlo. Y los frutos de sus tesis, ya sean magnolias o
pasas de higo, no puedo más que creer que los dejan perfectamente
indiferentes: así
funciona, según mi leal
saber y entender, si uno es
alto cargo de Ciudadanos.
Y
así lo dejo reseñado,
pues,
ya que
tal ha sido mi lectura, y el
lector es el rey.