¿Lo compré en un rastro o en una casa de empeños? Estoy bastante seguro de que fue en el rastro de al lado del Museo de Bellas Artes de Valencia, pero andá a saber... |
O sea, si a Hansel y Gretel los padres los largaban en el bosque para que se murieran, era ni más ni menos que lo que había, porque así lo habían inventado. Y que no me la contaran diferente, y vaya si recuerdo la indignación que sentí la primera vez que descubrí que me habían edulcorado una historia.
Leer cosas horribles me dejaba bocabadado, pero reflexionando. Las Caperucitas que se llevaban el Lobo al zoo, pongamos por caso, me producían urticaria neuronal, me llenaban el cerebro de caries y el corazón de odio. O sea, había también reflexión, no puedo negarlo, pero no sentía que sirviera de mucho.
Básicamente, me servía para confirmar que no se puede comparar un boli Bic azul con un boli Bic azul.
Que no todo es blanco o negro sino que hay grises lo aprendía leyendo salvajados. Que la cadaunada propone y la propia circunstancia dispone. Que no me valía de nada que me lo dieran todo masticadito (y que el paso del tiempo es una forma como cualquier otra de que se le salga a uno el tiro por la culata: lo que alguna vez había estado masticado volvía a exigir una buena dentadura para poder pasarlo. Y me refiero a las enseñanzas morales bien armaditas que se desmontan solas leyéndolas algún siglo después [Umberto Eco lo explica en Lector in fabula {el libro no está más bueno que la peli porque, sin limitarse a y sin que sea razón suficiente, todavía no hicieron la peli}]).
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Jamás le creí a Antoine de Saint-Exupéry, por ejemplo, que el Principito había vuelto a su asteroide después de que la serpiente lo mordiera. Jamás acabé de creerme que Martín Fierro fuera, en el fondo, un tipo al que hubiera que perdonarle su crimen más atroz. Nunca me pareció el padre de Hansel y Gretel menos culpable que la madrastra del abandono de aquéllos, se pusieran los hermanos Grimm como se pusieran.
Etcétera tres veces.
Angelo Nobile, aunque me ayuda a sistematizar el asunto, tampoco es que me da claves para posicionamientos nuevos ante el ídem. Todo lo más, y parece bastante obvio que cuando afirma sobre esta cuestión lo guían la prudencia y la profilaxis emocional más que criterios científicos probados experimentalmente (con toda la complicación del caso, que no es poca), me recuerda que, en lo que atañe al cuento de hadas (pero que puede extrapolarse, según lo veo yo), la mediación del adulto, la lectura grupal y el cuentacuentos (que no lo llama así) son las mejores opciones para que los niños puedan enfrentarse a sus oscuras complejidades.
Y sobre el papel de la figura femenina poco aporta. Entre otras cosas, porque interfiere su pluma su evidente fastidio ante (y estas comillas son del autor, que cita a otro con el que está algo de acuerdo), los "catastróficos comandos feministas". Unos comandos a quienes juzga "poco generosos" en su "punto de vista beligerante", además de, básicamente, miopes. Y censores.
En fin. Es cierto que la simple adaptación con la escoba no creo que sea la mejor opción para que el odio y la dominación no se esparza de la mano de Caperucitas, Cenicientas y Bellas Durmientes, y que siempre se corre el riesgo de caer en lo políticamente correcto, pero también es fácil el asunto si uno es un tipo, que no una mina, y la mierda no lo salpica.
Pero el pasado no es algo que se pueda modificar, lo deseable sería que las obras artísticas de hoy no esparcieran el mismo veneno (¡hola, Rey León...!). Lo cual tampoco es sencillo, la piedra espera su nuevo encuentro con nosotros. Y es paciente.
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Esta cosa de reseña no tiene nada. Es una especie de "a propósito de...".
O una reseñibola. Eso sí que es. Sobradamente.
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