domingo, 16 de abril de 2017

Recitando a dúo, y de memoria, un poema de Miguel Hernández

En mi antología de Cátedra
no había ninguna página
disponible para
"Umbrío por la pena".
Lo pegué yo al final,
porque qué carajo, ¿no?



Porque, efectivamente, debería haber tomado la precaución de hacer en Dialnet un par de búsquedas: dos al menos, recitar lectura por un lado; memoria texto lectura por el otro. Y diversas combinaciones.

¿Recitar de memoria es una forma como cualquier otra de leer, de lectura, de acción (o acto, en fin...) de leer? Seguro que eso ya lo respondieron, pero seguro también que de un tiempo a esta parte todo puede analizarse como un texto, y por eso no es una locura que todo pueda leerse. Todo. En fin. ¿Recitar de memoria es una forma como cualquier otra de acometer una lectura, digamos, postergada? ¿Una lectura por partes? ¿Una lectura ralentizada? ¿Recitar es un eco de la lectura?

En fin.

Tendré que buscarlo en Dialnet, que seguro encuentro algo.

Hace unos días, con un poeta de esos que te caés de culo cuando los escuchas recitar, se dio la circunstancia de que acabamos recitando a dúo un poema de Miguel Hernández. "Umbrío por la pena, (casi bruno)". Qué soneto, eh. Yo recité lo que me acordaba, los dos primeros versos, el poeta recitó casi todo lo demás; y el verso final ("¡cuánto penar para morirse uno!"), a dúo.

Yo, antes, había recitado de memoria el único poema que me consta que me sé de memoria: "Romance del prisionero".

Tres o cuatro veces leí, ya, El placer del texto. De lo único que me acuerdo es del título (y de que es una respuesta a otro texto de Sartre, ¿Qué es la literatura?, pero con todas las referencias a Sartre quitadas después de escribirlas. En fin). Nunca puedo hacer funcionar el ensayo de Barthes cuando me pongo a pensar sobre literatura. Pero creería que lo que me embargó fue el más puro o, mejor dicho, el más celebratorio placer del texto mientras recitábamos el soneto de Hernández. ¿Era la mía una lectura blanda, una lectura alienada de uno de los poemas más trágicos de la poesía en castellano? Y sí, seguramente. Pero acordármela de memoria, más no sea a pedacitos, y escuchada recitada con tanto arte superaba mis fuerzas, rompía algún dique que me dejaba solo ante la belleza y solamente ante la belleza, la fuerza explosiva de decirlo todo de la forma más bella y más trágica. La poesía se me transformó en pura música. En música para mis oídos.

Otro poeta hizo notar algo que no me acuerdo bien, pero que apuntaba al dato de las tantas formas, algunas insospechables, que tiene de poder ser leída la poesía, y ahí caí en cuenta de la fiesta que me había montado a partir de la tragedia. Pero no podía avergonzarme de mi propio candor, del arrebato del contexto, del festejo de poder recuperar con la memoria semejante página del siglo XX. ¿Debía encorsetar el sentimiento? ¿Performativear un poco? No era la lectura que tocaba, no en ese momento, no cuando la poesía se había transformado en una pequeña, fugaz, estática fiesta de ojos abiertos, de oreja parada y de sorpresa y curiosidad: unos veinte niños y niñas nos escuchaban y, modestia aparte por lo que me toca de responsabilidad, no se oía el vuelo de una mosca: los momentos mágicos, cuando suceden siendo niños, no se suelen olvidar jamás. O sea que olé.

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