De Mark Twain leí varias de sus aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn en las entrañables ediciones de tapas amarillas de la argentinísima colección Robin Hood. Era un pibe, y devoraba cuanto libro amarillo caía en mis manos.
Si no recuerdo mal, nunca leí ninguno de los cuentos de Twain. Hasta ahora, que me crucé en una casa de empeños con este librito a 1 € y que, negociación mediante, me llevé a 50 ¢.
¿Qué decir de mi última adquisición, este librito de Vicens Vives? Que las suyas son ediciones cuidadas, impresas en Barcelona pero, a juzgar por mi librito, con profusión de apellidos italianos en su equipo creativo; encuadernación cosida, papel excelente; viene con su CD y que, aunque no se convervaba en el lote que compré, alguien ya se tomó el trabajo de subir el audio a YouTube.
Mi librito tiene lots of dibujos, fotos y actividades. Yo no tengo nada contra los libros ilustrados, más bien lo contrario, y las del que me ocupa son encantadoras.
Las actividades, demasiadas, en mi opinión. Supongo que sólo son resueltas, trajinadamente, por estudiantes de Secundaria o Bachillerato a quienes the Teacher así lo demanda. Quizás sean un recurso para que el librito pierda valor de reventa. Quizás sea, simplemente, que a la fiebre de las Unidades Didácticas no hay forma de desengranarla.
¿Me gustó este cuento? Fue divertido, es de esos libritos adaptados que me pican la curiosidad por leerlos enteros. Mark Twain presenta una historia disparatada, imposible, desquiciada, inserta en un contexto realista bastante riguroso: una forma tan buena como cualquier otra de escribir humor. ¿Y de qué se trata? De las aventuras de un tipo que no tenía dónde caerse muerto, recién llegado a Londres desde los Estados Unidos, después de que dos misteriosos caballeros le dieran un billete de un millón de libras para que lo cuide durante un mes.
Pues eso.
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