Me recuerdo a mí mismo leyendo este libro, que ya no conservo, rodeado de maestros que conversaban feliz y ruidosamente. Es la mejor coartada que tengo para justificar que, sencillamente, no me enteré de nada de lo que estaba leyendo cuando me lo leí de una o dos sentadas.
Pero qué asquito...
Pero qué asquito...
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